MEDITACION DEL YO REAL.
04. - EL YO REAL
Su estado de conciencia en
este instante, tanto si se da cuenta de ello como si no, es conciencia de
unidad.
Ahora mismo ya es el kosmos, ya es la totalidad de su experiencia
presente. Su estado actual es siempre conciencia de unidad, porque el "yo"
separado, el "uno" aparte, que siempre parece ser el principal
obstáculo que se le opone, es siempre una ilusión. No necesita destruirlo
porque, para empezar, no está ahí: no existe. Lo único que realmente tiene que
hacer es buscarlo, y no lo encontrará. Y esa misma imposibilidad de encontrarlo
es ya un reconocimiento de la conciencia de unidad.
En otras palabras, cada vez
que se busque "a sí mismo" y no se encuentre, recae momentáneamente
en su estado anterior y real de conciencia de unidad.
Por más extraño que, en un
principio, pueda parecer todo esto, la intuición de que no hay un yo separado
ha sido evidente para los místicos y sabios de todos los tiempos, y constituye
uno de los puntos centrales de la filosofía perenne. Como ejemplo de esta
intuición podrían darse numerosas citas, pero basta con el célebre resumen de
las enseñanzas de Buda, que lo dice todo:
Sólo existe el sufrimiento, no hay quien sufra;
Hechos hay, pero nadie que los haga;
Y hay Nirvana, pero nadie que lo busque;
El Camino existe, pero nadie lo recorre.
Cuando nos damos cuenta de
que no hay parte, caemos dentro del Todo. Cuando comprendemos que no hay un
"yo" separado (y que eso sucede en este mismo momento), comprendemos
que nuestra verdadera identidad es siempre la Identidad Suprema. A la luz
omnipresente de la percepción de lo que no tiene fronteras, lo que una vez
imaginamos como el yo aislado aquí dentro resulta ser una y la misma cosa que
el cosmos de ahí fuera. Y si algo hay que sea tu verdadero ser, es precisamente
eso. Allí donde mires, lo que ves por todas partes es tu rostro original. [...]
Tat
Tvam Asi, dicen los hindúes. "Tú
eres Eso. Tu verdadero Ser es idéntico a la Energía fundamental de la cual son
manifestación todas las cosas en el universo".
A este ser verdadero, las diversas
tradiciones místicas y metafísicas que se han sucedido en la historia de la
humanidad le han dado decenas de nombres diferentes. Se le ha llamado el Hijo
de Dios, Al-Insan, Al-Kamil, Adam-kadmon, Ruarch Adonai, Nous, Pneuma, Purusha,
Tathagatagarbha, el Hombre Universal, el Huésped, el Brahman-Atman, entre otros
nombres. Y visto desde un ángulo ligeramente diferente, en realidad, es
sinónimo de Dharmadhatu, el Vacío, el Ser Tal y la Divinidad. Todas estas
palabras no son más que símbolos del mundo real de lo que no tiene fronteras.
Ahora bien, es frecuente
referirse al ser verdadero valiéndose de algún tipo de apelativo que da a
entender que es el núcleo "más íntimo" del hombre es, sobre todo,
subjetivo, íntimo y personal, no-objetivo e interior. De manera unánime, los
místicos nos dicen que "el Reino de
los Cielos está dentro de nosotros", que en la profundidad de nuestra
alma hemos de escudriñar hasta descubrir, oculto en nuestro ser más recóndito,
el Verdadero Ser de toda existencia.
Como solía decir Swarni Prabliavanarida: "¿Quién, qué crees que eres absoluta,
básica, fundamentalmente dentro de ti?".
Con frecuencia, se
encontrarán referencias al ser verdadero que lo consideran el "Testigo
interior", el "Veedor y Conocedor absoluto", la propia
"Naturaleza íntima", la "Subjetividad absoluta" y cosas semejantes. Así, Shankara, el maestro del
hinduismo Vedanta, expresó: "Hay una Realidad existente por sí misma, que
es la base de nuestra conciencia del ego. Esa Realidad es el Testigo de los
tres estados de conciencia [vigilia, sueño y sueño profundo] y es distinto de
las cinco envolturas corporales. Esa Realidad es el Conocedor en todos los
estados de conciencia. Se da cuenta de la presencia o ausencia de la mente. Ése
es Atman, el Ser Supremo, el antiguo". O veamos esta cita del maestro
Zen Shibyama:
[La
Realidad] es "Subjetividad Absoluta", que trasciende tanto la
subjetividad como la objetividad y libremente las crea y se vale de ellas. Es
"Subjetividad Fundamental", que jamás puede ser objetivada o
conceptualizada y es completa en sí misma, con la plena significación de la
existencia en sí misma. Llamarla por tales nombres es ya un error, un paso
hacia la objetivación y la conceptualización. Por eso, señaló el maestro Eisai
que "es por siempre innombrable".
La Subjetividad Absoluta,
que jamás puede ser conceptualizada ni objetivada, está libre de las limitaciones
del espacio y del tiempo; no está sometida a la vida y a la muerte; trasciende
el sujeto y el objeto y, por más que viva en un individuo, no está restringida
a lo individual.
Pero decir que el ser
verdadero es el Veedor Verdadero, el Testigo Interior o la Subjetividad
Absoluta que hay dentro de cada uno de nosotros puede parecer contradictorio a
la luz de lo que hasta ahora hemos dicho sobre la conciencia de unidad. Porque,
por una parte, hemos visto que el ser verdadero es una percepción omnipresente
de lo que carece de fronteras, en la cual el sujeto y el objeto, el que ve y lo
visto, el que tiene la experiencia y lo experimentado forman un continuo único.
Mas, por otra parte, acabamos de describir al ser verdadero como el Testigo
interior, el Conocedor fundamental. Dijimos que es quien ve y no lo visto, que
está dentro y no fuera. ¿Cómo hemos de resolver esta aparente contradicción?
En primer lugar, debemos
reconocer las dificultades con las que se enfrenta el místico cuando trata de
describir la experiencia inefable de la conciencia de unidad. La primera y
principal de ellas es el hecho de que el ser verdadero es una percepción de lo
que carece de fronteras, mientras que todas nuestras palabras e ideas no son
otra cosa que fronteras, demarcaciones. Esto, sin embargo, no es un fallo
peculiar de ningún lenguaje, sino que es inherente a todos ellos en virtud de
su misma estructura. Un lenguaje sólo posee utilidad en la medida en que puede
establecer demarcaciones convencionales. Un lenguaje de lo ilimitado no es en
absoluto lenguaje, de modo que el místico que intente hablar lógica y
formalmente de la conciencia de unidad está condenado a incurrir en todo tipo
de paradojas y contradicciones. El problema reside en que no hay ningún
lenguaje cuya estructura le permita captar la naturaleza de la conciencia de
unidad, de la misma manera que con un tenedor no se puede recoger agua.
Por esto, el místico debe
contentarse con señalar y mostrar un Camino por el cual podamos todos tener,
por nosotros mismos, la experiencia de la conciencia de unidad. En este
sentido, la senda del místico es una vía puramente experiencial. El místico no
nos pide que creamos nada a ciegas, ni que acatemos ninguna otra autoridad que
la de nuestro propio entendimiento y nuestra propia experiencia. Sólo nos pide
que realicemos unos experimentos de percepción, que observemos atentamente
nuestro estado actual de conciencia y que procuremos ver lo que somos nosotros
y lo que es nuestro mundo de la manera más clara posible. Como decía Wingenstein:
"¡No pienses, mira y nada
más!".
Pero ¿dónde hay que mirar?
La respuesta de los místicos es universal: "Mira hacia adentro, muy hacia
adentro, pues ahí reside el ser verdadero". Ahora bien, al decir que el
ser verdadero está dentro de ti, el místico no lo describe, sino que te lo
señala. Te dice, en realidad, que mires hacia adentro, no porque la respuesta
final resida efectivamente en tu interior y no fuera, sino porque, mientras
buscas cuidadosa y coherentemente dentro, tarde o temprano encontrarás lo que
está fuera. Dicho de otro modo, te das cuenta de que el interior y el exterior,
el sujeto y el objeto, el que ve y lo visto son una misma cosa, de manera que,
espontáneamente, caes en tu estado natural.
El místico, pues, empieza por
hablar del ser verdadero de una manera que parece contradictoria con todo lo
que antes dijimos. Sin embargo, si seguimos su discurso hasta el final, veremos
que la conclusión es idéntica.
Empecemos por considerar qué
puede significar algo como "Subjetividad Absoluta" o "Testigo
Interior", por lo menos en la forma en que el místico usa estas
expresiones. Subjetividad Absoluta sería aquello que jamás, en ningún momento
ni en circunstancia alguna, puede ser un objeto particular que pueda ser visto,
oído, conocido o percibido. Como al Veedor absoluto, jamás se le podría ver;
como al Conocedor absoluto, jamás se le podría conocer. Lao Tzu habla de ello
en estos términos:
Como el ojo mira y no llega a vislumbrarlo,
Se le llama lo evasivo.
Como el oído escucha sin poder oírlo,
Se le llama lo inaudible.
Como la mano busca sin poder asirlo,
Se le llama lo incorpóreo.
Con el fin de establecer
contacto con este ser verdadero o Subjetividad Absoluta, la mayoría de los
místicos llegan, en consecuencia, a algo semejante a lo que enuncia Sri Ramana
Maharshi: "El cuerpo burdo que se
compone de los siete humores, eso no soy; los cinco órganos sensoriales que
aprehenden sus objetos respectivos, eso no soy; incluso la mente que piensa, no
lo soy".
Pero entonces ¿qué podría
ser este ser verdadero? Como señalaba Ramana, no puede ser mi cuerpo, porque
puedo sentirlo y conocerlo, y lo que puede ser conocido no es el Conocedor
absoluto. No puede ser mis deseos, esperanzas, temores y emociones, porque en
alguna medida puedo verlos y sentirlos, y lo que puede ser visto no es el
Veedor absoluto. No puede ser mi mente, mi personalidad, mis pensamientos,
porque de todo eso se puede dar testimonio, y aquello de lo cual se puede dar
testimonio no es el Testigo absoluto.
Al mirar con persistencia
dentro de mí, en busca del ser verdadero, lo que de verdad hago es empezar a
darme cuenta de que es totalmente imposible encontrarlo dentro. Yo solía pensar
en mí mismo como en el "pequeño sujeto" de aquí dentro, que observaba
todos los objetos de ahí fuera. Pero el místico me demuestra claramente que, en
realidad, al "pequeño sujeto", ¡puede vérsele como un objeto! y, en
consecuencia, no es, en modo alguno, mi verdadero ser.
Pero aquí, precisamente, de
acuerdo con el místico, reside nuestro principal problema en la vida y el
vivir, porque la mayoría de nosotros imaginamos sentirnos, o conocernos, o
percibirnos, o por lo menos aprehender en algún sentido lo que somos. En este
mismo momento tenemos esa sensación. Pero ―replica el místico― el hecho de que
pueda ver, o saber, o sentir lo que "soy" en este momento me
demuestra, de manera concluyente, que eso que "soy" no puede ser, en
modo alguno, mi ser real, verdadero.
Es un ser falso, un
pseudo-ser, una ilusión y una trampa. Sin darnos cuenta, nos hemos identificado
con un complejo de objetos que conocemos, o que podemos conocer. Por ende, este
complejo de objetos cognoscibles no puede ser el verdadero Conocedor, el Ser
real, el Yo. Nos hemos identificado con nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra
personalidad, imaginando que esos objetos constituyen nuestro verdadero
"ser" y nos pasamos la vida entera procurando defender, proteger y
prolongar lo que no es más que una ilusión.
Somos las víctimas de un
caso epidémico de identidad equivocada, mientras nuestra Identidad Suprema
aguarda, con silenciosa certidumbre, que la descubramos. El místico sólo desea
hacer que despertemos para aquel o aquello que verdadera y eternamente somos
antes que, o por debajo de, nuestro pseudo-ser. Por eso, nos pide que dejemos
de identificarnos con ese falso ser, que nos demos cuenta de que, al margen de
lo que uno pueda saber, pensar o sentir de sí mismo, eso no puede constituir su
verdadero ser.
Mente, cuerpo, pensamientos
y deseos no constituyen mi verdadero Ser, como no lo son los árboles, las
estrellas, las nubes y las montañas, porque con igual acierto puedo dar
testimonio de todos ellos en cuanto objetos. Si procedo de esta manera, me
vuelvo transparente para mí ser, mi "yo", y caigo en la cuenta de
que, en cierto sentido, lo que soy va mucho más allá de este organismo aislado
y limitado por la piel. Cuanto más me adentro en mí mismo, más salgo de mí
mismo.
Al proseguir con esta
investigación, se produce en la conciencia un curioso viraje de 180º, lo que el
Lankavatara Sutra denomina "un giro
total en la más profunda sede de la conciencia". Cuanto más busco al
Veedor absoluto, tanto más claramente me doy cuenta de que no puedo encontrarlo
como un objeto concreto, por la sencilla razón de que es todos los objetos. No
puedo sentirlo porque es todo lo que siento. No puedo tener una experiencia de
él porque es todas mis experiencias. Es verdad que cualquier cosa que pueda ver
no es el Veedor... porque todo lo que veo es el Veedor. Cuando me dirijo
adentro en busca de mi verdadero Ser, lo único que encuentro es el mundo.
Pero ahora ha sucedido algo
extraño, pues me doy cuenta de que el verdadero ser de dentro es, en realidad,
el mundo real de afuera, y viceversa. El sujeto y el objeto, lo interior y lo
exterior, son y han sido siempre uno. No hay demarcación primaria. El mundo es
mi cuerpo, y el lugar que miro es el lugar desde el que miro.
Como el ser verdadero no reside
ni adentro ni afuera, porque de hecho el sujeto y el objeto son no-duales, el
místico puede hablar de la realidad de muchas maneras diferentes, pero sólo
aparentemente contradictorias. Puede decir que en toda la realidad no hay
objeto alguno, o puede declarar que la realidad no contiene ningún sujeto.
También puede negar tanto la existencia del sujeto como del objeto, o hablar de
una Subjetividad Absoluta que trasciende ―a la vez que incluye― tanto al sujeto
relativo como al objeto relativo. Todas estas expresiones son simplemente
diversas maneras de decir que el mundo interior y el mundo exterior no son más
que dos nombres diferentes para el estado, único y omnipresente, de percepción
del estado presente de conciencia sin fronteras.
Fuentes: Ken Wilber. “La Conciencia sin Fronteras”.(kairós),
“Antología” (Kairós)